La primera vez que instigué a mis hermanos a hacer una travesura.

Tal vez la primera y la última vez, pero antes que nada, algunos antecedentes para entrar en situación.

  1. Asistía a un colegio de religiosas que tenía entre sus actividades extraescolares grupos de oración para los padres de familia. Por supuesto mis padres asistían y era más que obvio que nos llevaban con ellos. Mis padres son el tipo de padres que llevan a sus hijos a todos lados, pero a diferencia de muchos niños a quienes les ponen las cruces en cuanto los ven, nosotros éramos bien portados y si nos decían “Aquí te quedas”, pues ahí nos quedábamos, razón por la que los otros niños con cruces puestas desde el inicio nos hacían a un lado.
  2. La directora del colegio, básicamente, nos odiaba, a mis hermanos y a mí, mi hermana menor era la consentida, ahí y en China.
  3. Yo era la conciencia de ese grupo. Vivía haciéndoles entrar en razón porque muchas de sus “aventuras” nos ponían en riesgo de muerte… o en el menor de los casos, de lastimarnos severamente.
  4. Solía inventar juegos para entretener a mis hermanos. Les llamaba “maratón” y eran del tipo “de esta raya a esta otra saltamos en un pie y luego corremos hasta aquí y luego corremos de lado de aquí a allá y gana el que llegue primero“.
  5. En mi escuela había una campana que, de acuerdo a lo que dijeron el primer día de clases, era sagrada y solo la podían hacer repicar quienes tuvieran permiso.
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La primera vez que reprobé un examen… y no me importó.

Corría el año de 1999 y cursaba el sexto año de primaria. La primaria a la que asistía iba muy atrasada en aquello de la “innovación educativa”: fue durante ese año escolar que introdujeron Inglés (en todos los niveles) y Computación (solo para el sexto grado de primaria).

Todas esas cosas como el uso de la computadora, los celulares, el Internet y todo aquello de lo que la era digital nos ha provisto (y que hoy en día usamos como si fuera lo más natural del mundo), era un auténtico misterio para gran parte de la población, por lo que las clases de computación crearon gran furor entre las alumnas. Y, aunque una computadora no era algo que pudieras llevar y traer a todos lados (principalmente porque estaba conformada de un enorme monitor, un enorme CPU, teclado y mouse; requerías cables para conectar todo eso al CPU y, por si fuera poco, se necesitaba un regulador, enorme también, que por lo general tenía un enchufe de 3 clavijas) en el 99, ser poseedor de semejante artefacto, te hacía formar parte de una clase social privilegiada.

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La primera vez que les escribí…

Siempre he tenido la idea de que si expresara realmente todo lo que pienso, todos pensarían que estoy loca… claro está que para eso, debería contar con que, esos todos, estuvieran poniendo atención realmente. Usualmente no digo todo porque suena demasiado complicado en mi cabeza aunque el pensamiento sea de lo mas bobo (tengo tendencia a complicarlo todo). Siendo así no sabría cómo decirlo para que suene y se entienda, tal y como suena y se entiende en mi cabeza; es por eso que creo firmemente que muchas veces resulta más fácil escribir que hablar; cuando hablas, no hay vuelta de hoja “lo dicho, dicho está” y siempre se presta a la famosa y muy infame “interpretación personal” (que, en mi opinión, ojalá no existiera), mientras que en el papel, puedes hacer las correcciones necesarias hasta quedar complacido con el resultado.

No pretendo ser entendida, pero sí algo entretenida. Por favor, no esperes que lo que leas aquí sea digo de un escritor profesional o un experto todologo (que de todo habla pero que de nada sabe al final) o blogger experimentado, porque… no lo soy. ¡Esta es mi primera vez escribiendo un blog!

¿Qué espero hacer o lograr con este espacio? Nunca se sabe. Alguna maravilla se me ocurrirá.

¡Hasta entonces!