La primera vez que instigué a mis hermanos a hacer una travesura.

Tal vez la primera y la última vez, pero antes que nada, algunos antecedentes para entrar en situación.

  1. Asistía a un colegio de religiosas que tenía entre sus actividades extraescolares grupos de oración para los padres de familia. Por supuesto mis padres asistían y era más que obvio que nos llevaban con ellos. Mis padres son el tipo de padres que llevan a sus hijos a todos lados, pero a diferencia de muchos niños a quienes les ponen las cruces en cuanto los ven, nosotros éramos bien portados y si nos decían “Aquí te quedas”, pues ahí nos quedábamos, razón por la que los otros niños con cruces puestas desde el inicio nos hacían a un lado.
  2. La directora del colegio, básicamente, nos odiaba, a mis hermanos y a mí, mi hermana menor era la consentida, ahí y en China.
  3. Yo era la conciencia de ese grupo. Vivía haciéndoles entrar en razón porque muchas de sus “aventuras” nos ponían en riesgo de muerte… o en el menor de los casos, de lastimarnos severamente.
  4. Solía inventar juegos para entretener a mis hermanos. Les llamaba “maratón” y eran del tipo “de esta raya a esta otra saltamos en un pie y luego corremos hasta aquí y luego corremos de lado de aquí a allá y gana el que llegue primero“.
  5. En mi escuela había una campana que, de acuerdo a lo que dijeron el primer día de clases, era sagrada y solo la podían hacer repicar quienes tuvieran permiso.
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