56) El abismo.

Suponía que la voz que le susurraba al oído era el diablo. Nunca decía cosas buenas, nada que le motivara, alegrara o consolara. Era pura maldad. Le anticipaba desgracias, desilusiones, descontentos, penurias y obstáculos. No había salidas, porque todas las había tapiado. No veía opciones, porque todas las había pintado de negro y, en un lugar tan oscuro como en el que se encontraba, el negro no era un color de mucha ayuda. Seguro era el diablo el vocero de todos sus males.

Un día decidió dejar de suponer. Se armó de valor y decidió enfrentarlo. Decirle a la cara que se callara de una buena vez, pero no lo encontró sobre su hombro, de donde provenía la voz y al retarlo a mostrarse, una risa estridente, que se burlaba sin reparos, llenó el lugar. Su rabia creció. El diablo le estaba arruinando, jugaba con su mente, mermaba su espíritu y no conforme con eso, se atrevía a burlarse a carcajadas de sus intentos por enfrentarlo.

—Juguemos un juego. —dijo entre lágrimas de risa,— Frío o caliente. Comienza… ¡ya!

Deambuló por el mundo, buscándole con desesperación, pero todo iba de frío a congelado, mientras la sorna no hacía más que aumentar. Después de un tiempo y en absoluto estado de abatimiento, regresó a casa. Al poner la llave en el cerrojo, la risita burlona paró.

—Tibio. — le susurró al oído.

Con voz quebrada le contestó, —Estás mintiendo.

Cruzó el umbral y cerró la puerta tras de sí.

—Caliente.

Las lágrimas comenzaron a brotar. Se miró en el espejo del recibidor. Tenía un aspecto terrible.

—¡Me quemo! —gritó el diablo, pero solo podía ver su propio reflejo. Timidamente saludó —¡Hola!

Ya nadie se reía. De golpe lo entendió todo. El vocero de sus desgracias le devolvía la mirada desde el espejo.

Author: María Pérez

Cuando era niña alguna vez soñé con convertirme en una gran escritora. Tengo muchas historias, pero todas pasan en mi cabeza. Ahora trato de dar el siguiente paso y comenzar a compartirlas.

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